[A fines de 2012 me convocaron para participar de una producción especial sobre "fútbol y sociedad" para un proyecto nuevo y novedoso llamado Informe Escaleno. Me convencieron rápido: había amigos y colegas prestigiosos en el equipo de laburo, el tema me encantaba y me iban a pagar. Me pidieron que contara cómo es ser fanático de un equipo que me queda a 700 kilómetros. Me salió un texto que en principio titulé "River en mi interior"; se publicó el domingo y arranca así:]
No importaba cuánta gomina se
echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello
ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que
me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el
furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de
accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y
hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes
del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán
había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura
prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia.
Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera
por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque
Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de
Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es
hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o
de Liniers?
-¡De River! Me hice un
tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe,
usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a
identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60
años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su
nombre.
-Qué sé yo... no es algo que
se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…!
¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete
llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires?
¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
o
importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada
alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
- See more at: http://www.informeescaleno.com.ar/index.php?s=articulos&id=60#sthash.NurmA84y.dpuf
o
importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada
alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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o
importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada
alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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o
importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada
alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada
alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban
como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las
cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de
Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi
abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de
River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del
diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de
diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién
empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la
jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija
seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia:
sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992
me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era
su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo
engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el
seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar
más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era
silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los
60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti
recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de
River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700
kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas
me había hecho un tatuaje?
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