779. Una zona que me encanta
En 2007 me fui a pasar una temporada en Inglaterra y le dejé el depto que alquilaba a un amigo que recién se había
separado.
Fue para darle una mano, obvio. Pero también sirvió para obligarme a ver si por fin podía comprar casa cuando
volviera.
Y cuando volví ahí estaba ella, esperándome.
Ella: la casa que siempre quise tener.
Ella: antigua y desmesurada; sus techos intachables, su vitral señorial, su escalera de mármol cegador, sus pisos de
sonoro pinotea.
Y sobre todo su ubicación: avenida Cerri, frente a una estación de trenes que me enamoró desde que el abuelo me la
hizo conocer cuando yo apenas si caminaba.
Para mí es una zona encantada. Lo digo en serio, eh.
Es, aún, razonablemente serena aunque está muy cerca del centro. Conserva cierta sombra centenaria, orgullosa. Y
cierta bohemia oxidada. Y cierta nostalgia de cuando bombeaba a la ciudad con el ferrocarril marcando el paso.
También es cierto que desde hace décadas se ha acostumbrado al pulso bajito.
Pero a mí qué me importa.
En breve (cuando después de tres años de angustiante espera concluyan las refacciones en mi casa) podré tomarme un
buen cabernet sauvignon parado encima de la mesita que usó Gardel en el histórico bar Miravalles, mirando hacia la
estación desde un ventanal enorme, el tren saludándome con un bocinazo.