Viggo Mortensen me ata a una camilla y me tapa con una
frazada. Ya me siento incómodo. Mal.
Hace un ratito estaba viendo el primer
programa de El péndulo: Varsky
entrevistando a Lanata, sabor a poco sobre todo en ciertas respuestas; estaba
en casa, calentito, tomando café y comiendo queso y dulce de membrillo (batata
no existís) pero 22:30 sonó la alarma del celu y me abrigué y salí al frío bahiense
rumbo al hospital porque ¡A LAS 23! tenía turno para someterme a resonancias
magnéticas en el tobillo y hombro izquierdos, la primera lesión cortesía del
combo squash-vejez y la segunda, tal vez del estrés.
La secretaria de Radiología me pide que llene una planilla que
pregunta si uso marcapasos o si en mi cuerpo hay una bala o un cacho de granada.
Estaría bueno que fueran metáforas pero no.
No quiero estar acá. Tengo sueño.
Imagino que el radiólogo Viggo Mortensen también tiene sueño
y tampoco quiere estar acá.
Viggo de pronto aplaude. Dos veces. Dos aplausos cortitos. Y
desde lejos, como un eco apagado, se escuchan otros dos aplausos.
-¿Tienen un código para comunicarse acá? –le pregunto.
-Claro, así avisamos cuando están cargados los datos en el
sistema –dice, mirándome con esa mirada bastante terrorífica y magnética que
tiene la gente con ojos casi transparentes. Me lo quedo mirando y para evitar
parecerle gay (Not that there’s anything
wrong with that…) no le pregunto por qué en vez de aplaudir no dicen “Che,
ya están cargados los datos” o simplemente “¡Datos!”; a cambio le digo,
canchero mal, bien macho:
-Uh, pueden usar ese código para avisarse cuando viene una
mina que está buena.
Viggo un poco se ríe, algo incómodo, bastante terrorífico, y
ordena que me saque un par de pilchas. En fin.
Entramos en la sala donde se impone La Máquina. El frío es
notable, parecido al que hace afuera a esta hora en Bahía -unos 3 grados bajo
cero, ponele- pero lo que más me llama la atención es un punchi punchi que suena de fondo:
-¿Y eso? ¿Música funcional?
-Noooo –dice Viggo, un poco se ríe—: es una bomba de helio. Se
usa para enfriar el imán que tiene La Máquina. Está como a 270 grados bajo cero,
el helio.
-Uh.
-Bueno: acostate en la camilla y buscá una posición cómoda
porque durante un rato no te tenés que mover.
-¿Cuánto rato?
-Y… más o menos media hora por cada estudio.
-Uh.
-¿Listo? Bué –tira Viggo, y procede a atarme y a taparme-.
Ahora no te muevas, eh. Arrancamos.
Te dicen que no te muevas y claro, automáticamente
querés moverte, te lo prohíben algo y
de pronto necesitás hacerlo, como
cuando eras pibito y te decían esto no y vos sólo querías sí, la camilla sí se
mueve y La Máquina me traga y empieza a ametrallarme con sus gruñidos, por ahí
frena y aparece el punchi punchi infernal ese, ya sé de dónde sacaron las bases
rítmicas el house, el trance, ese punchi punchi infernal ahora me parece mi
propio latido, estoy acelerado porque claramente estoy por morirme, esa luz tan
Víctor Sueiro, la puta que lo parió, tenía razón, nah, es sólo claustrofobia,
mejor cierro los ojos o de la desesperación rompo La Máquina, ahora me pica la
nariz y ahora la rodilla y ahora la entrepierna, frena la metralleta de
gruñidos, suena el latido infernal, cómo hago para distraer la mente jodida y que
se me pasen esta claustro luminosa y las picazones, OK, pienso pelotudeces y ya,
eso me sale bien: punchi punchi, la bomba de helio, la bomba de Elio Rossi, Elio
Rossi diciendo que le gustan las conchas peludas y olorientas, uh, carajo,
me viene la carcajada, sale un gruñido que compite con La Máquina, ¿Qué pasa,
flaco?, dice el radiólogo, Nada, Viggo, todo bien, digo Nada, amigo, Viggo dice
Quietito, dale, tengo que pensar más cadenas de pelotudeces, Viggo Mortensen,
mortensen es “muerto” en danés, of course,
qué pelotudo, es Six Feet Under esto,
Six Feet Under guionado por un pelotudo,
que vengo a ser yo, o Viggo, o Elio Rossi, enemigo de Caruso Lombardi, humo
humo humo, humo®, no puedo reírme otra vez, estoy muerto, la luz, Víctor, me
pica, se me durmió la mano que Viggo me hizo poner abajo del culo, quedó ideal
para una paja, la mano, digo, no Viggo, como si fuera la mano de una mina de
concha peluda y olorienta de Elio Rossi, nunca lo hice, eh, de adolescente me
freakeaba eso, quería el control que no tengo ahora porque no me puedo rascar y
si abro los ojos me va a dar un ataque, 77, una banda horrible, prefiero el
punchi punchi de la bomba de helio, los tiradores de Elio, tiro cosas que me
hacen reír, Falta poco, dice Viggo, lo imagino sarpado de rosca en el aeropuerto donde
casi termina en cana por gritar un gol de San Lorenzo, Casas de CASLA y
amigo de Viggo le diría al radiólogo Sos un falso Viggo, digo, amigo, conmigo,
conmigo no, basta, vos al menos te salvaste del descenso, yo me fui hace un año
y me morí un poco, mucho peor que esto fue, peor que la concha peluda y
olorienta de Elio Rossi, no me puedo tentar, Ya falta poco, dice Viggo, no
aguanto más, estoy mortensen, ya fue, punchi punchi, el frío que tengo es terrible
pero tampoco puedo temblar, concentrate, Dale que falta poco, dice Elio, no,
perdón, dice Viggo, que me dijo antes que el frío de la sala es por el helio
que bombea punchi punchi, y de pronto se mueve la camilla y salgo de la concha
peluda y olorienta de Elio Rossi, abro los ojos y ahí están los transparentes
terroríficos magnéticos de Viggo, digo: al final no me morí, sobreviví 25
minutos sin moverme gracias a que me puse a encadenar pelotudeces en mi mente jodida
pensando en que iba a escribir esto y acá estoy, son las 0:34 y pongo el punchi
punchi final.
3 comentarios:
TREMENDOOOOOOOOO!!!!!!!!
Decente.
Anónimos: elijo tomar ambos calificativos de manera positiva, tipo Trezeguet (?). Así que gracias.
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