Apenas se enteró hoy de que
el ex basquetbolista Grant Gondrezick podría ir preso por fraude inmobiliario, vía el
Twitter de lanueva.com, el escritor bahiense
Ignacio Molina, hincha de Napostá y seguidor del albo en la Liga Nacional, se puso mal.
-¡¡Noo,
Gondo!! Uno de los mejores extranjeros que jugó en Estudiantes... Y acusaba a los dirigentes de ladrones y borrachos... -tuiteó.
Nacho tiene una memoria impresionante. De hecho, recuerda de la primera a la última palabra que usó en las 188 páginas de su libro
Los estantes vacíos: vos empezás a decir una frase cualquiera y el tipo continúa el párrafo como si nada. Y esto no me lo contaron: lo vi en la presentación que hizo el año pasado durante la primera
Feria de Editoriales Autogestionadas, en la Casa de la Cultura de la UNS. (Hay que creerle al maestro de ceremonias
Funes Oliveira.)
Cuando Gondrezick vino a jugar en la temporada 1995-96 me tocó entrevistarlo varias veces. Una de ellas resultó emblemática por explosiva: soltó un montón de barbaridades porque estaba harto de que le debieran plata.
El 13 de abril de 1996 me abrió la puerta del departamento que le alquilaban: un dos ambientes lúgubre y de paredes descascaradas en la calle Fitz Roy al 500.
La noche anterior había amenazado con no jugar si no le pagaban. Pero el técnico Carlos Iglesias lo convenció y jugó. Y cómo: hizo 42 puntos y bajó 15 rebotes en la victoria frente a Deportivo Roca por 87-83, clave para zafar del descenso.
Después del partido fue a cobrar los 5.000 dólares que le habían prometido y a cambio le dieron 800 pesos en billetes de dos y hasta monedas de 50 centavos.
Gondo se trastornó. Abolló la puerta del vestuario, destruyó una bicicleta y se fue de la cancha gritando como un poseso.
Al otro día, cuando me recibió, parecía sólo un poco más tranquilo. Su cara usualmente pálida y sus ojos claros seguían invadidos por una furia borravino. Estaba con su mujer Lisa, una locuaz y robusta afroamericana (como les dicen a los negros en los Estados Unidos) y su beba Kalabrya. En una mesa redonda de madera había un control remoto, un sobre y una tarjeta de crédito dorada.
Yo sabía cómo venía la mano. Él mismo me había confirmado que en 1987 estuvo vinculado al escándalo por drogas mientras formaba parte de los Phoenix Suns de la NBA. La figura del equipo,
Walter Davis, había declarado ante un jurado que Gondrezick y otros compañeros consumían cocaína y marihuana. Davis los mandó al frente a cambio de inmunidad y se metió en un instituto de rehabilitación. Finalmente
Gondo se declaró culpable por obstrucción de la justicia y le dieron tres años de tareas comunitarias (
probation).
-Me mintieron una y otra vez -dijo en un tramo de la charla, ya totalmente sacado-. Me cansé. Yo no miento, soy cristiano y voy todos los domingos a misa a la iglesia de Don Bosco. ¿Por qué me mienten tanto? Son los peores dirigentes que vi en mi vida.
Ahora, que me perdone
Nacho Molina pero en realidad fue Lisa quien, enojadísima, dijo:
-Los dirigentes no trabajan. Todos los días se la pasan en el restorán del club, comiendo y tomando vino. Ahí está el dinero.
Hablando de plata, esa Liga terminó bastante bien porque Estudiantes se salvó en buena parte gracias a Gondrezick y él recibió lo que le adeudaban.
Pero está claro que ciertas vidas parecen condenadas al drama y sólo conocen efímeros toques de felicidad: antes de volver a su país, mientras jugaba el último partido contra Depovi de Viedma, a
Gondo le entraron en su casa bahiense y le robaron unos 21.000 dólares, cámaras y hasta los pasaportes...
Y hablando de volver (y si querés, también de historias que se repiten como farsas), en la temporada siguiente Gondrezick firmó de nuevo para el albo. Llegó el 4 de febrero de 1997.
-No sé por qué volví -dijo, y soltó una carcajada-. Me dijeron que había nuevos dirigentes, honestos y serios.
Completó 16 partidos, con promedios de 28 puntos y 5,6 rebotes. Y le pagaron todo y no le robaron nada. ¿Te acordás,
Nacho?