martes, 9 de julio de 2013

807. Anatomía de un fanatismo

[A fines de 2012 me convocaron para participar de una producción especial sobre "fútbol y sociedad" para un proyecto nuevo y novedoso llamado Informe Escaleno. Me convencieron rápido: había amigos y colegas prestigiosos en el equipo de laburo, el tema me encantaba y me iban a pagar. Me pidieron que contara cómo es ser fanático de un equipo que me queda a 700 kilómetros. Me salió un texto que en principio titulé "River en mi interior"; se publicó el domingo y arranca así:]


No importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.

Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.

Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia.
Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.

-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?

-De River.

-¿Y acá en Bahía?

-De Liniers. Soy “Chivo”.

-¿Y es más hincha de River o de Liniers?

-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.

-Qué barbaridad.

-¿El tatuaje o ser de River?

-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.

-¿Por?

-¡Porque es de acá!

-¿Y?

-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.

-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.

-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?

o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
- See more at: http://www.informeescaleno.com.ar/index.php?s=articulos&id=60#sthash.NurmA84y.dpuf
o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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o importaba cuánta gomina se echara ni cuán tirante se peinara: nada alcanzaba para disimular su cabello ondulado. En la cabeza le quedaban como olas. Me hacía acordar a mi abuelo, que me enseñó a jugar a las cartas mientras me contaba una y otra vez cómo era el furibundo shot de Bernabé Ferreyra y la magia espeluznante del “Charro” Moreno.
Había una diferencia de accesibilidad: mi abuelo era mi abuelo, estaba siempre dispuesto a timbear y hablar de River, mientras que don Roberto era don Roberto, el jefe de Deportes del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, y yo era un pibito de diecisiete años que tenía el pelo largo, cursaba el secundario y recién empezaba a garabatear en el periodismo.
Don Roberto Cortina Bazán había dejado la jefatura hacía poco, después de tres décadas. Pero su figura prolija seguía imponiendo en la redacción solemnidad, admiración y distancia: sobre todo, distancia. Por eso me sorprendió que aquella tarde de 1992 me dirigiera por primera vez esa voz cargada de noches de tango, que era su amante. Porque Don Roberto estaba casado con el fútbol, pero lo engañaba en los tugurios de Bahía y de la zona cantando bajo el seudónimo Roberto Del Barrio.
-Pibe, ¿usted de qué club es hincha?
-De River.
-¿Y acá en Bahía?
-De Liniers. Soy “Chivo”.
-¿Y es más hincha de River o de Liniers?
-¡De River! Me hice un tatuaje y todo.
-Qué barbaridad.
-¿El tatuaje o ser de River?
-Las dos cosas. Oiga, pibe, usted debería hinchar más por su club de acá.
-¿Por?
-¡Porque es de acá!
-¿Y?
-¡Cómo “¿Y?”! ¿Cómo se va a identificar más con un club de Buenos Aires, pibe...? –Don Roberto era silenciosamente fanático de Olimpo. Luego de su muerte (en 1994, a los 60 años), las cabinas de prensa del estadio Roberto Carminatti recibieron su nombre.
-Qué sé yo... no es algo que se piense: se siente.
-¡Pero piense, pibe…! ¡Piense!
Y me dejó pensando: ¿por qué era tan de River que a los diecisiete llevaba dos años recorriendo seguido los 700 kilómetros hasta Buenos Aires? ¿Cómo era que pese al miedo a las agujas me había hecho un tatuaje?
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lunes, 1 de abril de 2013

806. Un informe de la hostia



"Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que les doy es mi carne, y lo doy para la vida del mundo."

Juan 6, 51




   No pesa casi nada: apenas un cuarto de gramo.

   Si ponés en Google "un cuarto de gramo", para ver qué otras cosas son así de livianas, saltan más de 300.000 resultados que te empujan al mundo de la droga.

   Pero, hostia, es el cuerpo de Él para los cristianos.

   Un cachito redondo y fino de pan ácimo que, debidamente consagrado, se convierte en la Sagrada Forma y se deposita en la boca del creyente en situación de comunión; es decir, quien supo expiar sus pecados mediante la confesión y la penitencia:

   -El cuerpo de Cristo -dice el cura, hostia en mano.

   -Amén. 


[Así arranca "Un informe de la hostia", publicado ayer, domingo de Pascua, en LNP. Sigue acá. La foto es de Pablo Presti.]

miércoles, 13 de marzo de 2013

805. Habemus cambium


El ambiente andaba movidito. Un poco sorprendido, algo nervioso: como cuando el sábado a la mañana temprano te tocan el timbre los testigos de Jehová y vos estabas durmiendo.

El gran Mario García, un experto en repensar medios desde hace más de tres décadas, vino a tocarnos el timbre en La Nueva Provincia y nos estaba despertando y entonces mi celular ardió y me paré y le dije: "Mario, el Papa es argentino", y me fui de la reunión para editar la ENORME noticia en lanueva.com.

Cuando más o menos la euforia se diluyó, puse en Twitter que había tenido "una razón de fuerza mayor periodística" para interrumpir a Mario.

Él me contestó que fue "un gran momento que no hemos de olvidar pronto", y yo le dije que "ni el peor guionista de Hollywood se habría animado a pensar lo que pasó hoy".

Porque, en serio: el tipo estaba sacudiéndonos una modorra atávica, retando a quienes en pleno 2013 todavía pretenden cobijarse con el papel mientras desdeñan lo digital, y justo un teléfono celular (que para los dañinos dinosaurios es un instrumento del demonio -con perdón de Francisco I-) avisaba que el nuevo CEO de dios era un argentino...

Soy agnóstico, pero igual voy a interpretar todo esto que sucedió el 13 de marzo de 2013 como una señal divina.

Porque además en la matutina de la Quiniela nacional salió a la cabeza el 8.235, número de socio de San Lorenzo que tiene el flamante papa Jorge Bergoglio.

Porque en el sorteo nocturno quedó primero el 40, que según los sueños es "El cura".

Y porque esta noche la lotería de la provincia de Buenos Aires cantó el 88, que es "El Papa".

INCREÍBLE. Entreguémonos al cambio, por el amor de Jesús...


(Extra: Mario hizo una narración sobre este día inolvidable en su blog.)