Sólo me pude despegar de él cuando me dijo: "Hacé tu vida, che. Dale". Que fue como decirme: "Soltame de una vez. Tené huevos".
Eso pasó en el 97. Al año siguiente me instalé en Buenos Aires, echo mierda por dejarlo pero decidido a hacer lo que casi todos mis amigos ya habían hecho, lo que yo no podía hacer en Bahía, lo que necesitaba hacer: formarme más.
Hacía mucho que él venía jodido. Le preguntabas "¿Cómo andás?" y te decía: "Jodido".
Yo me fui de casa a los 16 y quería estar solo, esa es la verdad. Pero no soporté verlo jodido de lejos y me mudé con él: a sufrir con él, a ver cómo se seguía jodiendo cada día un poquito más sin que pudiera hacer absolutamente nada para evitarlo.
Hay que joderse, eh.
Ay.
Digo: no hay (no puede haber) cosa más jodida que estar enfermísimo diez años y que cada día sea peor que el anterior y que no se pueda hacer nada y que estés consciente, perfecto de la cabeza, hasta el último momento.
¡Matame de un infarto, la puta que te parió! O por lo menos que me parta el rayo de la locura. Pero no me dejes ver mi decrepitud creciente; no me obligues a saber que me estoy muriendo en pequeñas cuotas. Porque duele. Duele demasiado. No seas hijo de puta. Qué necesidad.
Me venía bastante seguido de Buenos Aires. No me aguantaba mucho sin verlo. Y, viste, también estaba esa cosa de la inminencia, ¿no? En cualquier momento se me iba.
Para cuando lo internaron esa última vez yo ya me había separado, vivía en una cuevita sólo acompañado por cucarachas del tamaño de un pibe de cinco años, seguía escribiendo para el diario, estudiaba Letras.
La operación había salido bien, según me decían los médicos con ojos que ocultaban la fatalidad. En cambio
El Tipo mostraba la fatalidad en los suyos, tan tan cansados.
-Estoy jodido, nene.
-¿Sabés quién estaba jodida?
Madame Bovary estaba jodida. ¡Re jodida, estaba! Estoy leyendo ese libro para la facu, ¿te conté? Lo escribió Gustave Flaubert, un realista francés. Literatura Francesa. Rindo pasado mañana.
Tendría que rendir pasado mañana. No voy a ir, pero.
-¿Cómo que no vas a ir?
-No. Me voy a quedar acá con vos. Total, puedo rendir más adelante.
-Dejate de embromar, che. Andá y rendí.
-No. Ni en pedo.
-¡Pero andá, te digo!
-No.
-¡Haceme caso, che!
-No.
-Dale, nene. Yo quiero que tus libros se traduzcan a 10.000 idiomas.
-Dejá de decir pavadas... ¡Si todavía no publiqué nada! Y no hay 10.000 idiomas.
-Eso no le importa a nadie. Andá y rendí, dale.
Todavía no sé por qué le di bola, por qué me subí al micro. Tal vez para no amargarlo más.
Y Emma se echó a reír, con una risa atroz, frenética, desesperada, creyendo ver la cara espantosa del desgraciado que surgía de las tinieblas eternas como un espanto.ill souffla bien fort ce jour‑là.
Et le jupon court s'envola!
[Sopló un viento muy fuerte aquel día.
Y la falda corta se echó a volar.]
Una convulsión la derrumbó de nuevo sobre el colchón. Todos se acercaron. Estaba muerta.Así termina el capítulo ocho de
Madame Bovary. Pensé: "Qué cagada. Pobre Emma". Personaje querible, Emma Bovary. Señalé la página, cerré el libro, me acurruqué un poco y me quedé dormido, instantáneamente.
Iba en los asientos del fondo, al lado del baño que olía a veneno.
El chofer empezó despertando a los pasajeros que estaban adelante, así que me tocó último.
-¡Eh, flaco! ¡Flaco! -me zamarreó.
-¡¿Qué pasa?! -dije, entre atontado y malhumorado. Vi que estaban las luces prendidas y que casi todos me miraban.
-¿Vos sos Abel?
-Sí, ¿qué pasa?
-Tenés teléfono.
-¿Qué?
-Que tenés teléfono. Vení conmigo.
Me paré (una pierna más dormida que yo) y lo seguí. Casi todos me miraban: me pareció que con bronca o con lástima. De puro perseguido que soy atravesé el pasillo con la vista clavada en las tiritas del piso gris de goma. Sentía una especie de vergüenza, como cuando de pibe me ponían en penitencia.
-¿Dónde estamos?
-En Azul.
Había otro bondi parado en sentido contrario. Mirando a Bahía, digamos.
El frío me dio una mínima lucidez.
No, la puta madre. No puede ser. No me digas que... Por favor, no... ¡Por favor!
Levanté el tubo y dije "Hola".
-¿Abelito? -Era la voz de mi viejo-. Se murió el abuelo, Abelito.
No pude hacer más nada. Salvo llorar toneladas.
(Como ahora. Otra vez. Conté esta historia un par de veces sin llorar, pero ahora que la escribo y que estoy solo, reviento de tristeza, me desarmo, cuesta seguir. Como entonces.)
Me metieron en el bondi que miraba a Bahía y llegué al velatorio.
El abuelo, que fue la persona más importante de mi vida, no dejó que lo viera morir.
Se me murió a las 23:15 del 14 de junio de 1999, justo cuando yo, echado en los asientos del fondo, al lado del baño que olía a veneno, leía el final del capítulo ocho de
Madame Bovary.
El abuelo se me murió hace hoy diez años.
Hace hoy diez años fue el peor día de mi vida.