-En las favelas cualquier extraño es un enemigo -me dice el comandante general Manoel Gomes de Oliveira.
Estamos en la playa de Copacabana, tomando: él un coco, yo una cerveza, su hija de 20 años un juguito de mango. Mejor que te pongas los anteojos de sol para relojear a la nena: el comandante general parece experto en ahuyentar buitres.
-Al extraño en la favela le dicen "alemán". No importa si es rubio o negro o argentino o japonés. Es un "alemán" -dice el comandante general. Me mira fijo. Pero mis lentes son espejados y sé que no puede mirar lo que yo miro, salvo que él también mire a su hija.
-Me gustaría ir a una favela -le digo.
-Es difícil. Si te acompaña alguien de ahí y está todo bien, dejás de ser un "alemán". Te dicen "sangre buena" y ya no tenés problemas.
-Ajá. Pero no conozco a nadie de ahí. ¿Y si voy con usted, comandante general?
-Bueno, serás un "alemán" más seguro que si vas solo... Pero no puedo hacer eso. Im-po-si-ble. Preguntame lo que quieras y te cuento, eso sí.
En enero salió el último estudio sobre las favelas cariocas. Lo hizo el
Instituto de Urbanismo Pereira Passos de la Municipalidad (llamada
Prefeitura). Hay, según el informe, 968 favelas.
El organismo descubrió otra cosa: la que era considerada la favela más grande del país -y por supuesto,
a maior do mundo-, llamada Rocinha, perdió su lugar. De hecho, quedó tercera con 865.032 metros cuadrados, por debajo de Fazenda Coqueiro (que tiene 1.095.094 metros cuadrados) y Nova Cidade (933.162 metros cuadrados), ambas ubicadas al oeste: casi invisibles para la mayoría de los cariocas.
2.Dos especies de curiosidades gastronómicas:
- te sentás y te dan un papelito con... ¡¡45 ingredientes para que te armes tu ensalada!! Entre otros, brócoli, rúcula, ananá (?), huevos y palmitos, pero también tiras de salame, pasas de uva, queso de búfalo y cubos de panceta.
- en Río no existe el "tenedor libre". Tienen otros sistemas. Uno es "comida por kilo": te servís lo que querés en un plato gigante y pagás según lo que pesa. El otro se llama "rodízio": por un precio fijo, comés todo lo que puedas de determinado morfi (pizzas, por ejemplo).
3.En la playa de
João Fernandes podría haber pasado uno de los mejores días de mi vida.
Fue un viernes. Me levanté tempranísimo (tipo 9), desayuné brasileñamente, puse unos reales en el atado de Parliament, agarré la luneta, el esnórquel y la finita novela Salvatierra de Pedro Mairal, y atravesé caminando todo Búzios.
Arreglé que le tiraría una propinita al chango que cuidaba las reposeras y sombrillas de un restorán, me instalé y rajé al agua cristalina: me habían dicho que en J
oão Fernandes me pudriría de bucear lindo, que hasta un arrecife tenía. Y no sólo eso. Había además una zona demarcada con boyas, exclusiva para
mergulhar.
Buceaba, tomaba sol, leía. Buceaba (y de pronto me doy vuelta y qué carajo es eso, qué es esa mesa redonda para cuatro personas: ah, pero qué linda tortuga marina), tomaba sol, leía y fumaba y escribía, también. Por ahí me pedí unas papas fritas y una
cerveja bem geladinha. Amigado con el cliché, miraba el horizonte y pensaba. Pensaba que no podía ser tan completito el combo momentáneo de felicidad.
Y no podía ser: no podía ser la descompostura que me agarró. Onda me recontracago en el mar.
En un punto me tuve que ir. No daba más. Jamás había deseado tanto un baño. Era un deseo doloroso, una necesidad que me trituraba las tripas. No llegaba. No podía llegar hasta el hostel. Y no podía hacer mucho: después de comer y tomar en la playa, me quedaba apenas un puto real y entonces no podía ni hacerme el gil y entrar en un bar y comprarme un juguito pedorro para justificar la posterior rotura del inodoro o la lisa y llana clausura del toilette.
Desesperado, sudoroso, indigente, penoso, encaré a la piba de la barra y mostrándole la moneda le dije:
-Hola. Es todo lo que tengo. Tomé mucha cerveza y
necesito usar el baño. ¡¡Por favor!!
-Todo bien. Pasá. Es gratis.
-Te adoro.
Cuando salí, 20 minutos más tarde, ella me sonrió como el angelito que fue. Y como si hubiera escuchado mis gritos de alivio.
4.Dos chicas (tendrán 20, ponele) inclinan la sombrilla hasta que toca la arena de Ipanema. Casi no hay sol, ya. Lo que quieren es frenar el viento. Con este viento no se puede prender el porro. Una de ellas se sienta con las piernas cruzadas, la sombrilla como capa multicolor, y putea en chileno porque los fósforos son
una huevá. Me invitan: supongo que me han visto fumar y saben que tengo encendedor. Lo que tienen no es un porro sino una tuca, y para no quemarse la sostienen con uno de esos clips que la minas usan en el pelo. Me dicen que son estudiantes de teatro, que vinieron con el dinero de papá, que compraron marihuana en las calles de Copacabana y como no consiguieron papel, armaron el porro con una hoja de la Biblia del hotel. "Una hoja en blanco, eh", dice una, como si. "Ah, entonces sí -digo-. Seguro que no van a la Universidad Católica, ¿no?" Se ríen demasiado y no sé cómo se deriva la conversación pero ahora me dicen que a esta altura ni siquiera tienen la fantasía de comerse un negro brasileño. "Tenemos ganas de comernos
cualquier brasileño", dice una y las dos se ríen hasta llorar. Pienso que estoy viejo y que estas chilenas son tan
escudito de Colo Colo y me siento mal. "Ahora tenemos ganas de comernos unos pastelitos de dulce de leche, ¿vienes?", dice una. "No, gracias, estoy a dieta", digo, y digo chau y voy y le pido una birra a Pelé para calmar la sed, y olvidar.
5.Mi bebida preferida, lejos, el caipivodka de maracujá. Amo el maracujá. (Me traje 40 sobres de gelatina de maracujá, que estoy racionando.)
El puestito de Amaral funcionaba como tranquera de la Calle de las Piedras en Búzios. Amaral siempre sonriente. Para decirle a su sobrino, que tiene síndrome de Down, que por favor no grite tanto, por favor, qué van a decir los clientes. También para pedirte mil disculpas porque el nene te alcanza el trago y siempre le convida un poco a tu remera o al piso. Amaral sonríe: uy, perdón perdón perdón perdón, perdón
jefecinho, le doy más, no le cobro nada, pero no se me vaya. Darle un abrazo a Amaral, darle un abrazo al nene: sentir que por unas horas los querés mucho y bien queridos.
6.
Un helipuerto está en la laguna Rodrigo de Freitas, otro en el morro Pan de Azúcar, un tercero en Dona Marta, el último en el puerto.
Hay nueve opciones para hacer un vuelo panorámico en Río de Janeiro.
El más barato cuesta 150 reales por persona (unos 240 pesos), dura como mucho siete minutos y te muestra un toque de la playa de Copacabana y te da una vueltita por el Cristo Redentor.
El más caro sale 875 reales ($ 1.400). En una hora, recorrés la laguna, las mejores playas, el Pan de Azúcar, la bahía de Guanabara, Niteroi, el Museo de Arte Contemporáneo, el centro carioca, el Maracaná, el Sambódromo, el Cristo, el autódromo y los lagos de Barra de Tijuca.
7.Que los argentinos esto, que los argentinos lo otro: este pibe me tiene harto. Lo interrumpo:
-Pará un poco. Qué te creés. Te aclaro: yo amo Brasil, ¿eh? Vine varias veces, mi mamá es brasileña... Pero, a ver... Algo les pasa por el pecho a ustedes cuando juegan contra la Argentina al fútbol.
Ge-la-do. ¡¡Y ni siquiera pelearon para independizarse, por el amor de dios!! Además, yo no conozco otro país en el mundo que haya sido primero colonia, después república y más tarde imperio. Ah: y por algo será que nunca tuvieron un premio Nobel.
8.A menos que te resbalen las experiencias paradisíacas, si estás en Búzios
tenés que hacer el paseo a Arraial do Cabo.
Por 80 reales (unos 140 pesos) te pasan a buscar en bondi y te meten en un barco fiesterísimo -con música y gente semidesnuda y caipirinha libre- y te llevan a visitar playas inexistentes: qué más querés.
También incluye un almuerzo tardío en un "comida por kilo" donde le podés entrar (como yo) al jabalí y al avestruz aunque ojo: para no desperdiciar morfi, si dejás algo te lo pesan y te cobran las sobras.
Hay algo que no me cerró, pero. Cada vez que el barco para, te ofrecen bucear... ¡y vos ya estás escabiado! Yo soy buzo, no me lo iba a perder, y la piloteé bastante (tragué apenas dos o tres litros de agua salada). Ahora, había un par de tipos que quedaron al borde del desmayo...
9.Le dije, bastante en broma:
-Ojo, si hay un argentino vas a tener una audiencia muy exigente.
Keith, canadiense y dueño del hostel en Búzios, me contestó que se la bancaba. Y ese sábado a la noche se mandó un asado completamente decente. Hasta me reservó pedazos de carne tipo suela, como a mí me gusta: clap, clap, clap.
Cheers, mate!
10.En el asado empezamos así:

Y terminamos así de colgados:

Esos dos catalanes (españoles no: ca-ta-la-nes) se llaman Xavi y Llorenç y son, como les gusta decir a ellos, "los putos amos". Qué bien la pasamos. Hostia puta, tío.
Ya voy a ir a visitarlos a Girona, les aviso.
Mientras tanto, repito lo que único que me enseñaron del idioma catalán:
Em cago en la teva puta mare.
(Pronúnciese "am cagu en la teva puta mara".
Es, por supuesto, "me cago en tu puta madre".
* Gracias don Fodor Lobson por la corrección.)
Y ya que estoy, agrego las dos puteadas más creativas de acuerdo con el abuelo de Llorenç, cagándose religiosamente:
1) Me cago en los clavos del Cristo.
2) Me cago en los zapatitos del Niño Jesús.
11.Al atardecer empiezan a notarse los flashes de las cámaras en la cima del cerro del Corcovado donde está el Cristo Redentor. A la noche ya es un abuso: flash flash flash flash.
Jesús preside una rave con los brazos abiertos.
12.Veteranas sonrientes y con un forro en la mano, más el título "Comparsa de la mujer madura" y el eslógan "El sexo no tiene edad para acabar. La protección tampoco."

Publicidades así aparecieron por todos lados en Río durante los días de carnaval. Fue una iniciativa del Ministerio de Salud, atento a un dato inesperado que arrojó un estudio reciente:
el riesgo de contagio de sida en las mujeres mayores de 50 años se triplicó en los últimos diez años.
13.
Los carteros en el Brasil son demasiado bosteros.
14.Y, las garotas cariocas se cansaron de que las apoyaran y les tocaran el culo.
Entonces protestaron y consiguieron en 2006 la ley estadual 4.733. Desde ese momento, en los subtes hay vagones exclusivos para ellas en horas pico (de 6 a 9 de la mañana y de 17 a 20). "El respeto es bueno y ellas lo merecen", dice el cartel.
15.Estoy en un restorán japonés. Para llegar a la mesa tuve que sacarme los zapatos. Conmigo y de mí se ríen tres brasileños y dos españoles. Ya pasó un barquito de madera lleno de sushi que quedó muy titanic: un brócoli hace de Kate Winslet. Soy el rey del mundo. También pasó cerveza y pasó champán. Y qué pasa ahora. Ahora pasa por mí el tercer Jack Daniel's (Old Time Old Nº7 Brand Quality Tennessee Sour Mash Whiskey). El piso del restorán es transparente, y se ven unos peces de colores que nadan y comen algo y me miran la planta del pie izquierdo. Noto que Kafka trata de decirme algo desde mi remera. No le entiendo nada: yo no sé alemán.