Todavía tengo la imagen grabada: nochecita de Oxford en la terraza del Instituto Reuters; mi amigo Juan -alias John Kelly, columnista del Washington Post- lucía un saco Armani con demasiados colores mientras morfaba a lo cavernícola un cacho de vaca argentina y decía hmmmmmmmmmm, mucho gusto.
Fue la despedida, allá por mayo de 2008. Y para agasajar a tanta gente linda que conocí (los Kelly, Katie, my friend Yao, Chris, etcétera) se me ocurrió hacer un asado, la única comida que me sale y la que más me gusta.
Pensaba que el principal problema sería conseguir buena carne. Nico y Henry me pasaron el dato salvador: en el mercado Smithfield de Londres vendían cortes criollos.
En ese lugar se comercia desde hace como mil años y ahí, por ejemplo, fue donde liquidaron al revolucionario escocés William Wallace, AKA Corazón Valiente.
Son cuatro hectáreas con edificios repletos de puestos que ofrecen cadáveres de patos, vacas, chanchos, pollos, cabras, corderos, gansos, venados, pavos... La danza de la carne muerta, una delicia con aportes autóctonos de distintas partes del mundo.
¡Cómo no iban a tener un buen pedazo de ternera patria!
[Foto: James Davey.]-Tengo uruguaya.
-No es lo mismo, Peter. ¿Vos sos galés?
-No, soy inglés.
-Y no es lo mismo ser galés que ser inglés, ¿no, Peter?
-Ciertamente no.
-Entonces, Peter, ni me hables de carne uruguaya: no seas galés.
En los puestos donde solían vender carne argentina ya no había... ¡¡por el conflicto del gobierno con el campo!! Será posible, la puta madre.
Mirá que recorrí, eh.
Y costó, aunque al final encontré alguito: un bife angosto nacional envasado al vacío y obviamente sin hueso. Alrededor de cuatro kilos
en oferta a 80 libras, o sea... unos 500 pesos. Y, costó. Será posible, la puta madre.
Pero bueno. Había que hacer el esfuerzo.
Pará, pará -dije, espantado-. ¿Ustedes en Inglaterra le llaman parrilla a
eso?
Era poco más que un trozo de lata redondeada con unos alambres. Eso sí: verde y con rueditas.
"OK, me la banco." Y manos a la obra sagrada.
Había unas bolsas de carbón con pastillitas de alcohol para encender.
Piiiiiff...
Piiiiiiff...
Las pastillitas no funcionaban.
"OK, me la banco."
Maderitas. Busquemos maderitas. O ramitas.
Y las maderitas y las ramitas -oh sorpresa:
this is fucking England- estaban húmedas y así no había fuego que arrancara.
Y todos opinaban y salía un humo espeso y el chino me daba indicaciones férreas y eso no se le hace a un asador argentino y yo quería patear la parrilla y sobre todo al chino.

Pero salió. ¡Y cómo! Si no me creen, pregúntenle a John. O a su saco Armani.
"Estoy haciendo una columna sobre un soldado norteamericano en Afganistán que hizo de todo para hacer... un asado", me contó John el otro día. "Una vez visitó Argentina y ahora es su comida favorita."
Lo apodó Sargento Asado porque "no siempre el Ejército tiene sentido del humor para estos asuntos".
Y relató que el
Sargento Asado encaró el desafío en plena zona de guerra, y que consiguió que
una empresa de Michigan le mandara partes de parrillas, y que mientras la carne se cocinaba a pocos metros caían unas bombas. "Pero estamos acostumbrados -dijo el
Sargento Asado-, no fue gran cosa." Qué crack.
[Foto: Washington Post/cortesía de Ben Eisendrath, el presidente de la compañía Grillworks Inc. fundada por su padre, un ex periodista de la revista Time.]