230. Beatles en Re mayor
(Desde Oxford)
Empecé a escuchar a Los Beatles antes de nacer. Y todo por culpa de mi viejo, un fanático sano y tierno: cuando explotó el fenómeno en la Argentina el tipo era un adolescente sin un mango y apenas llegaba a comprarse los simples y los elepés. Pero no tenía dónde oírlos, así que los iba acumulando: preciosos, silenciosos, dolorosos. El día que por fin pudo agenciarse un tocadiscos estuvo como 24 horas pasando una y otra vez canciones cuyas letras mucho no entendía y moviendo la cabeza Yeah, yeah, yeah. (Apostaría a que ese fue uno de los días más felices de su vida.)
Me contagió, cómo no.
Bueh... tampoco me quedó otra. Entre otras razones, porque Los Beatles son una banda del carajo y porque creo que mi viejo, si hubiera sido por él, me habría bautizado John Paul George Ringo y porque yo, como primogénito supuestamente bien parido, no lo podía decepcionar aunque el turro me hiciera cortar el pelo tipo casco.
Aún me acuerdo de aquel acto de fin de año en la Escuela N° 4. Estoy casi seguro de que fue en quinto grado. 1984.
Se me ocurrió hacer un número de imitación de Los Beatles. Yo sería, por supuesto, Paul McCartney. Me faltaban tres. Y no fue fácil encontrarlos, por dos motivos: 1) ninguno de nosotros a los 10 tenía vocación actoral o ganas de pasar vergüenza frente a toda la comunidad escolar y 2) me parecía de vital importancia que la altura y el color de pelo de cada elegido se correspondiera con los del Beatle que iba a representar.
Sin embargo, los fui convenciendo con un arte contundente que se denomina capacidad de persuasión. (Mis amigos, que carecen de sensibilidad artística y les sobra sentido común, dicen que soy un rompehuevos inhumano.)
Así, la formación se completó con Germán Sánchez -gran compadre cuando éramos pibes; lástima que nos perdimos el rastro- como Ringo Starr; Octavio Araneta -el futbolista ex Liniers- como John Lennon y Mauro Campaña -el basquetbolista formado en Napostá y ahora en El Nacional- como George Harrison.
Nuestras mamás nos ayudaron a hacer guitarras de telgopor... Hasta ensayamos, créanme... Poníamos play en el grabador (entonces era plash, no plei) y hacíamos playback y copiábamos los pasitos... Yo no sabía inglés pero sí me sabía las canciones de oído y me sabía los nombres de cada una y me sabía **exactamente** quién la cantaba y cuándo empezaba y cuándo terminaba... ¡¡¡La puta madre, incluso hacíamos la reverencia al final de cada tema...!!!
Todavía no entiendo qué salió mal; cómo puede ser que ninguno de los cuatro esté nadando en plata gracias a una prolífica carrera musical.
Qué injusta es la vida.
En mi adolescencia me cambió el gusto. Nada que ver con aquel papelón infantil. Y no es que abandoné a Los Beatles -conservo varios cedés y el Sargento Pimienta me parece sublime-, sino que descubrí a los Doors y me abrieron la cabeza para otro lado, en una identificación total y sin fecha de vencimiento.
De hecho, juzgué 100% imperdonable que en la tremenda colección de vinilos de mi viejo apenas estuviera, casi sin uso, perdido, The Soft Parade, y en cambio hubiera espacio para todos los putos discos de los impasables Bee Gees.
Como sea, en 2002, cuando pisé Londres por primera vez, una de las cosas que quise hacer sí o sí fue ir hasta Abbey Road y sacarme la originalísima foto cruzando por el paso de cebra. Pero lo que más me gustó fue meterme en un teléfono público, llamar a Bahía y decir: "Hola, viejo. ¿A que no sabés dónde estoy?", y escuchar su emoción de beatlemaníaco de ley.
Si me levanté el viernes ¡¡¡a las 6 de la mañana!!! y me tomé un bondi de 27 libras y seis horas a Liverpool para escuchar UN TEMA de Ringo Starr (pedorro y cantado flojamente) fue porque hacía rato que quería conocer la ciudad pero más por la herencia musical.
Por eso, lo primero en lo que pensé cuando el veterano jockey apareció en la terraza del St George's Hall (esa luz en la foto) fue discar el número de mi viejo. Una pena que no me pudiera comunicar.
Y otra pena que el espectáculo que abrió el año de Liverpool como Capital Europea de la Cultura cerrara así, frente a unas 25.000 personas, después de 45 minutos tan escasos como vibrantes, con puntos altísimos en la introducción con los fuegos artificiales y en la grúa que depositó un contenedor repleto de artistas locales y en las memorables actuaciones de los acróbatas aéreos jugueteando sobre la pantalla gigante.
En el hotel esa noche me crucé de casualidad con dos pibes argentinos, Lucas Balaclav y Juan Manuel Valdés, ambos de 20 años. Habían ido al show y ahora estaban sin plan. Entonces, como si fuera un tío piola, los arrastré al Cavern Club, la famosa cueva en un subsuelo céntrico donde Los Beatles debutaron el 21 de marzo de 1961 y donde tocaron 292 veces.
Entrada a una libra, cerveza a 2,60 y una banda californiana en el escenario principal (que luce igual que el original pero no es el mismo).
Entre tanto cover tenía que llegar uno de Los Beatles, y cuando eso pasó cacé el celular, subí las escaleras para encontrar señal y marqué: 00, 54, 291... Quería repetir el Hola, viejo. ¿A que no sabés dónde estoy?, pero nada.
En fin.
Volvíamos caminando por Parliament Street y Juan Manuel detectó que de un edificio salía música conocida: sonaba Milonga del marinero y el capitán, de Los Rodríguez. La persiana americana estaba rota y vi gente de fiesta. "Cantemos el estribillo a ver qué pasa", les dije a los pibes.
Los tres tiramos alarido de cancha por la rubia loca que bailaba sola hasta el amanecer. Y los de adentro escucharon, se asomaron, preguntaron de dónde éramos y con acento español empezaron a gritarnos ¡Eh, boludo!, ¡eh pelotudo!, ¡eh, la concha de tu madre!
No daba para otra que seguir rumbo al hotel.
Sin embargo, cuando llegamos a la esquina oímos que nos llamaba una mujer. Era una canaria completamente borracha, una rubia loca que no iba a bailar sola hasta el amanecer. La fiesta era en la casa que compartía con otro isleño.
-¿Son buena gente? -nos preguntó.
-Por supuesto -le dije-. Miranos las caras.
-Pues entonces vengan, vamos.
En un living mediano había como 35 cadáveres de vino blanco, de vino tinto, de cerveza, de ron... y unos restos de picada. Y había una inglesa y más españoles, todos en estado lamentable.
Nos quedamos sólo un rato porque nosotros somos gente ubicadita.
Al otro día, temprano y como si nada, arrancamos al Albert Dock, una zona muy Puerto Madero donde está la colección llamada Beatles Story. Por diez libras te sumergís en el pasado detallado: cómo se gestó y desarrolló la banda, en un relato interactivo que incluye apabullante memorabilia dispuesta en salas ambientadas de acuerdo con cada etapa.
La vencida, a la salida: tenían que haber escuchado la voz de mi viejo cuando le dije que estaba en Liverpool, en un museo de Los Beatles, mientras de fondo se colaba If I Needed Someone.
Le conté que había visto a Ringo, que le pregunté si iba a ir a la Argentina (no le dije que me pareció una sombra); le dije que había estado en el Cavern y que sabía cuánto le gustaría a él estar en mi lugar.
-No importa -me dijo-. Vos sos una extensión mía.
Me dejó sin palabras, me la re puso...
Así que ahora yo le pongo estas palabras. Que representan un poco un relato, un poco un recuerdo, un poco un reconocimiento.
15 comentarios:
glorioso txt, man. Si fuera tu viejo estaria lagrimenado o te mandaría plata jajajajjjajaja. Slds.
EC
Leo esta crónica con mi amada remera de George Harrison. Cuando quieras hacer un revival, te hago de Mauro Campaña. Abrazo.
EC (El Coso, supongo): gracias. Y si querés mandarme plata, todo bien.
Diego: jejejeje, dale, aunque vos das más un Gallagher... Abrazo.
Me encantó. ¿La parte que más disfruté?...
Pienso que la de tu infancia.
Cariños
Anónimo (¿por qué "anónimo"?, ¿POR QUÉ?): me pone contento que te haya gustado. De pibe era un tierno...
Será que siempre escuchamos o "heredamos"... cierto gusto por la música de nuestros viejos?? ... je... Cosas importantes que nos deja la infancia... Muy bueno tu relato! :)
BESOSS!:)
"Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise..."
Cordiales saludos, VP.-
Corazón coraza: es, creo. No conozco a nadie que no tenga una huella imborrable de la infancia. Gracias por pasar. Besos.
VP: y lo mejor, a veces, es hallar uno de esos pajarracos y darle una mano en el arreglo de sus alas, ¿no? Besos.
De pibe y ahora, tontolón
Anónimo: no, no, no: ahora soy gris. O negro. O gris Y negro. Más algún eventual blanco. Así que...
adorable relato, y discúlpeme, pero no coincido con ud. si ha dejado el 'tierno' en algún lugar, quién carajo sino aquel puede firmar, je.me alegra que los muertos gocen de tan buena salud,y aún detras de sus corazas no pretenda jugar con sus lectores. O al menos, por mi parte, no le creo.No se qué le queda de 'pibe', pero de tierno,...je. ud. lo sabe bien. No pretenda lo contrario. Abrazo.
Amigo: buena resena. Es mejor leerla que vivirla. Se lo digo por experiencia. Que noche.
Juan Manuel Valdes
Saludos desde el Thames
Anónima: está bien, me convenciste: soy un osito de peluche con boina al que le apretás la panza y canta La Marsellesa. Beso grande.
Juan Manuel: ¡qué hacés, atorrante! En serio, flor de noche, ¿eh? ¿Viste que el tío es piola? Jejejejeje. Abrazo grande. Y decile a Lucas que no ortibe y me pase la foto en el Cavern.
uh, yo conozco un lucas balaclav. Dame una descripción a ver si es el mismo. Slds.
Anónimo: no creo que haya muchos con ese nombre y de esa edad que hayan estado en Liverpool para esas fechas. Esa manía de ni siquiera poner un nick...
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