Hoy volví al jardín. Sí. Después de 30 años. Volví a mi jardín: el 902 "Gabriela Mistral" de calle Corrientes al 300.

Pasé mi vida en el barrio y pasé mil veces por esa puerta de rejas: incluso un día, de pibito, me paré en mi triciclo para pasar las rejas y entrar en el jardín cerrado porque lo extrañaba y el triciclo se movió y las rejas pasaron por mi brazo izquierdo y quedé colgando y como tenía una polera de esas que no se rompían ni con un misil tardé en darme cuenta de que el brazo izquierdo estaba agujereado y en casa dije Me pica, má y en el hospital me pusieron unos puntos y acabo de arremangarme para ver cuántos y conté cinco medio borroneados, ya.
Hoy volví al jardín porque en el puntocom del diario pensamos un especial navideño en video y no se nos ocurrió nada mejor que poner a un montón de ternuritas -bestias indescifrables- contando cándidamente qué le piden a Papá Noel.
-Ojo con lo que preguntan -advirtió la directora, Fabiola-. Acá hay muchos chiquitos que saben la verdad de la milanga, eh. Yo creo que en dos o tres años se vienen al jardín con la laptop.
Primera parada: los más grandes, los de cinco años. Entramos con el Cefe en la salita naranja.
-Son díscolos, estos -me avisó la seño-. No sabés. No hay forma de que se concentren más de un ratito en una actividad.
-¿Y no pasa con todos? -le pregunté.
-Bueno, sí. Bastante. Pero estos tienen problemas de conducta. Muchos están medicados.
-A la mierda.

Tampoco fue para tanto. O sea: hacían competencia de alaridos, pero todo bien cuando les pedimos que se sentaran en una sillita, de a uno, todos van a salir en la tele, ¿a ver? ¿cómo te llamás?, ¿y qué le pedís a Papá Noel?
-Nada -dijo la chiquita, que había levantado la mano para contestar y contó que se llamaba Martina.
-¡Eh! ¿Cómo "nada"?
-...
-Bueno. ¿Y a los Reyes?
-Nada.
-¿Y por qué nada?
Martina miró la cámara y entrelazó los dedos. Los compañeritos se le reían con crueldad inocente. Y ella en silencio. Y yo no sabía qué carajo decir, cómo remontarla.
-Bueno, lo que sea. Decí que Papá Noel te traiga lo que sea.
-Lo que sea -dijo Martina.
-¡Bieeeeeeeen! -dije, estúpidamente. Por supuesto, usé ese tonito pavo con el que se les habla a los chicos por defecto: por defecto de los adultos-. ¿A ver? ¿Quién sigue?
Segunda parada: los más chiquitos, los de tres años. Salita verde. Estaban tomando la leche en tazas amarillas de plástico y con galletitas surtidas. Todos querían las de chocolate, como debe ser.

-¡Hola, chicooooos! ¡Buenas tardes! -saludé. De nuevo el tonito defectuoso-. ¿Saben una cosa? Yo también vine a esta salita verde...
Solo dos o tres pibitos sacaron la cara de la taza para mirarme. Y una pelirroja se rió. Me pareció un gesto solidario: para que no me sintiera TAN estúpido.
Pensé que lidiar con pendejos es más difícil que encararse a la más linda del boliche. Pensé en una novia que tuve; una maestra jardinera divina y primeriza a la que le hice todos los chistes posibles al respecto, a la que taladré bastante con eso de la responsabilidad por ser la primera educadora formal, a la que no le dije suficientes veces que su entrega total en un jardín asperísimo de Fuerte Apache me resultaba conmovedora.
Tercera parada: el recreo en el patio. Recordé que ese patio para mí era el mundo, literalmente. Porque llegaba hasta las vías del tren y atravesarlo representaba una exploración inigualable. Prefería eso antes que el arenero, lo cual (se sabe) es mucho decir.

-¿Cómo te llamás?
-Tomás.
-¿Y qué le vas a pedir a Papá Noel?
-Un chupín.
-¡Ja, ja, ja! ¡Un chupín! -lo gastó una piba, balde en mano.
-Es que soy flogger -dijo Tomás, lo más tranquilo.

Tres amigos se abrazaron y me pidieron que les sacara una foto. Me hicieron acordar a mis compañeros del jardín como Pipi Galmarini, Andrés Souto, la Dumba Dümmig. Y ya que estamos: a la primera seño de la que me enamoré, los fucking toc-toc hechos con palos de escoba, la Gorda Felman y su piano, los bichos canasto que me mostraba el abuelo en los árboles de Las Heras al 400, la bocina del tren mientras cantábamos Estamos invitados a tomar el té.
-¡Qué linda foto, chicos! Miren, miren... -dije, mostrándoles la imagen mínima en la pantalla del celular. Y otra vez el tonito estúpido.
Me iba, intuyendo de manera muy perspicaz que no es lo mío tener onda con los pibes, cuando vi que uno abrazaba al Cefe y me sentí muy solo.
-¿Qué, lo conocés?
-No.
-¿Y por qué te abrazó?
-Qué sé yo. Me dijo ¡Abrazoooooo! y se me tiró encima. Me habrá visto cara de Barney.