(Desde Chicago)
1)
Asimilar la impactante belleza ecléctica de la Rosario yanqui pasada por agua: tanto desde el lago Michigan...







... como desde el río Chicago.







2)
Apreciar la fabulosa colección de imágenes del francés Henri Cartier-Bresson (el gran mestro del fotoperiodismo) en una exhibición especial del Art Institute, el tercer museo más visitado en los Estados Unidos.
[Retrato de Jean-Paul Kirchner Sartre (1946).] 3)Salir a la terraza del loft suburbano donde se hace la fiesta y tomar un Cabernet Sauvignon y fumar un Parliament escuchando el tren que pasa allá abajo y mirando allá lejos el horizonte urbano ahora nocturno.
4)Peregrinar hacia
el estadio United Center de los Chicago Bulls: el Olimpo del dios basquetbolístico
Michael Air Jordan.

5)Saborear el blues local en dos tajadas demasiado ricas:
a)El mismo día que llegamos organicé todo para vivir un poco
el club de Chicago:
"Buddy Guy's Legends". Lo abrió en 1989 el genial guitarrista del que aprendieron (entre otros) Eric Clapton, Jimi Hendrix y Stevie Ray Vaughan: a ver si me entendés.
Justo esa noche tocaba
Marty Sammon, el tecladista de Buddy. Me acompañaron la nigeriana Modupe, el afgano Lotfullah y el macedonio Darko.
Iba todo más o menos bien: blues correctísimo, turístico. Aunque en un lugar sin humo de cigarrillo, sin olor a pis y/o vómito y/o alcohol derramado, sin gente bailando; con aire acondicionado, con cámaras de seguridad, con jabón automático en el baño, y músicos tomando agua mineral. Un poquito triste, el blues.
En fin. Decía que iba todo más o menos bien... hasta que se hizo inolvidable: de pronto, sin presentación, apareció en el escenario el mismísimo Buddy Guy, leyenda viva, y se puso a improvisar con sus 74 años y una copa de coñac en la mano.
[Foto: Lotfullah, AKA Mi Amigo.
Dato innecesario de color: en la audiencia estaban
el filósofo argentino Tomás Abraham y su mujer.]
b)La última noche, el viernes, después de la fiesta en el loft unos cuantos
mandamos al
"Kingston Mines", supuestamente "el club de blues real más antiguo de la ciudad".
Y nos tocó el privilegio de escuchar en vivo al gran
Eddie Shaw, a los 73 años, metiéndole terciopelo y fuego a su saxo tenor;
otro que me dijo abuelísticamente: "Metele, nene, volvé a tocar". Y yo necesito mi mojo: ya va, dale que va.