lunes, 24 de septiembre de 2007

141. Charlotte, Alessandro, Verena, Sarah, Henry, Pablo, Alex, Nico, Sophie y Lucas

(Desde Londres)

La mina que me tocó en la fila del vuelo a Londres era una neocelandesa de 23 años que volvía luego de pasar ocho meses viajando por Sudamérica. Charlotte, se llamaba. Buen nombre. Helaaaaadoooooooo. No zafaba ni un poco, pero era piola: se reía de mis chistes boludos.

En San Pablo se sentó entre ella y yo un brasileño recontramorocho y de ojos celestes, un tal Alessandro Oliveira: primero dijo que era representante de jugadores, después dijo que era jugador, después dijo que también era italiano, después dijo que se había olvidado el pasaporte, después dijo que jugaba como Kaká y me mostró un contrato para jugar showbol, después dijo que se iba a emborrachar hasta Londres, después dijo algo sobre el calor y le dije Me aburriste, macaco de laboratorio y empezó a darle a Charlotte; no quise ni escuchar porque ella hablaba inglés y un español tarzánico y él, portugués y un italiano vergonzante. Qué más podía salir de ese choque babelístico que un polvo incomprensible.

En cambio Verena, una brasileña que se manejaba en gallego perfecto, abogada y medio gordita pero con visibles tetas del tamaño de una pelota de básquetbol, tenía más onda. Me contó pasillo de por medio que creía estar volando hacia un amor: un tipo que labura en finanzas, alguien con ganas de casarse, un paisano que le comprara las botas que disimulan la pequeñez sin fijarse cuánto valen. Me pareció que se moría por que se tratara de un amor en serio, un amor final y decisivo. De esos que no existen, bah.

Entonces hicimos causa común, los cuatro, al llegar a Heathrow. A Charlotte la iba a buscar su hermana Sarah, una bailarina de danzas contemporáneas tan atractiva como un kiwi; Alessandro debía hacer huevo hasta las 6 para seguir a Italia; Verena pensaba tomarse un taxi hasta la casa del tipo que labura en finanzas-ojalá-amor-final, y yo que...


Antes de salir de Ezeiza había llamado a Henry, mi contacto, un chabón muy cool que conocí hace unos meses en el cumpleaños de Pablo, en Baires. Henry es amigo de Alex, a la vez amigo periodista que hizo en Oxford hace siete años lo que yo voy a hacer ahora. Pero Henry se iba a Roma, y yo que...

Y yo que... estaba colgado, y con 55 kilos de equipaje (hijos de puta: me sacudieron 220 dólares de exceso), no me quería quedar solo y a la deriva tan temprano.

La cuestión es que nos hicimos el aguante un rato. Verena pasó rápido Migraciones porque enrostró pasaporte comunitario; Charlotte, Alessandro y yo sufrimos la cola de los desposeídos, certezas de tercermundismo y sospechosos de venir a beber de la teta de la Reina. Todo muy surrealista y Londoner, al fin y al cabo: el viejo que manejaba la línea lucía turbante y apenas balbuceaba inglés, la piba que me selló el ingreso había nacido en Kenia y todo lo que me dijo fue Baby face.

Pero, ah, después venía la Aduana. Mi exceso de equipaje incluía kilos de Parliament y de Cabernet Sauvignon. Acá no tienen mis cigarrillos y encima los precios te descosen, así que tomé los riesgos. Y las previsiones: le di unos cartones a Alessandro y juré que si me dejaban pasar con el cargamento precioso, iba a fumar menos de diez por día e iba a moderar el escabio. Crucé los dedos. En la Aduana no había naides, o sea que si me apuran un poco sostengo la existencia de la luz mala de acá a la China.

A Verena y Alessandro los perdí en el quilombo del aeropuerto, mientras cambiaba plata y ellos buscaban una tarjeta de teléfono. Charlotte y su hermana Sarah me bancaron para chequear el correo de Henry, que me daba el contacto de otro argentino al que podía dejarle las valijas hasta que él volviera de Roma. Incluso Sarah me prestó el celular para llamarlo. Y Nicolás, a quien no conocía ni de nombre, me dijo Dale, venite a casa. Te iría a dar una mano pero estoy con mi hijo y no puedo.

Les di un beso inusual a Charlotte y a Sarah y me dispuse a clavar el tube con combinación hasta la estación Warwick de la línea Bakerloo, que me dejaría a cinco cuadras de lo de Nicolás. Laputamadrequeloparió: en mi vida me sentí pocas veces más al borde del colapso que cuando tuve que transportar por medio Londres esos fucking 55 kilos de subte en subte, de escalera en escalera, de calle en calle.


Exhausto, contracturado, sudado, a punto de reventar, llegué al departamento 22 del edificio Alexandra Court, en la avenida Maida Vale. Nico es de esa clase de tipos que deben caerte bien de entrada, excepto que acuses menos sensibilidad que Charles Manson.

Nico se reconoce de Cinco Saltos, provincia de Río Negro, aunque vivió en Viedma, en Buenos Aires y en Puerto Madryn, estudiando biología marina y laburando de DJ. Un día se metió en la publicidad, otro se reencontró con Sophie (una chica también original de Five Jumps: otra divina, muy francesa, muy porcelana), y de golpe desembarcaba en Madrid para ver qué pasaba y terminó formando una familia.

Y ahora me recibía como con ganas, Uh, boludo, ¿estás bien? ¿Querés pegarte una ducha?, una calidez deslumbrante y, créanme, conmovedora como las pastas de La Tipa que ya extraño a morir. Pero Nico se mandó unos espaguetis reparadores y bueno, charlamos mil y onda instantánea. De hecho, a la noche me ofreció quedarme en su casa y me dio no sé qué, viste, esa cosa de No podés y me fui a un hostel desequilibrado en Piccadilly Circus. Insistió con que volviera al día siguiente y OK, volví: 100 millones de veces mejor en un amoroso hogar argento que en otra Babel de 20 libras la cama con energías de acné. (He descubierto que estoy más o menos viejo para algunas cosas.)

Ya demoré demasiado para introducir a Lucas, el bebé de Nico y Sophie. Qué decir. Esto: jamás conocí un bebé tan simpático, entrador y querible como Lucas. Hasta me dieron ganas de tener uno, fijate.

En fin. Acá están los tres, en una foto que les tomé recién, a pedido, antes de que se fueran a dormir y me dejaran en la compu para escribir estas gracias.


10 comentarios:

Anónimo dijo...

que bien escribis hijo de mil putas

AEZ dijo...

Anónimo: esteeeee... gracias, la concha de tu madre.

Anónimo dijo...

Tal vez me parezca a m� pero he notado en la escritura de tus art�culos un salto de calidad asombroso desde que dejaste la Argentina. Felicitaciones!

No me conoc�s. Siempre leo tu blog, pero a escondidas. Anyways, good luck in London, have a nice cup of tea and get some sex with Mary Poppins if you can...she�s hot.

Anónimo dijo...

Igual que anonimo, que bien que escribis lpm! :P
Por cierto, a mi tambien me llamo la atencion el hecho que la mayoria de los empleados de inmigraciones sean inmigrantes que apenas si podian hablar ingles.
Baii.

AEZ dijo...

Juan: Será que me liberé de un yugo de limón, será. Gracias. ¿Por qué leés "a escondidas"? Gonna chase that Poppins girl, believe me.

Kiuman: gracias, loco. Quizá se trate de otra ironía inglesa, viste lo jodones que son... Abrazo.

Anónimo dijo...

Cómo disfruto de las historias mínimas. Hasta puede verse un sesgo de sensibilidad y ternura interesante en ciertos comentarios. ¿puede ser?

Anónimo dijo...

sin otro comentario que coincidir ocn elogios anteriores, entiendo es el aire londinense, je, pero también sos vos sin lugar a dudas, Salute !!! abrazo,

Anónimo dijo...

Fuera de joda: se te nota más permeable. Me alegra todo. Saludos bahianos.

AEZ dijo...

F.F.: todo puede ser, incluso ser demasiado papafritas. Cariños.

Gurisa: vos y tus percepciones siempre me dejan como regulando, ahí, en un limbo psicológico. Consérveme esos verdes, haga el favor.

M: usted sabrá por qué dice lo que dice y no voy a discutirlo. Imagine ahora qué me pasa estos días, acá. Sí: eso, exactamente.

Anónimo dijo...

Sí, realmente este es uno de los mejores post que ha dado este espacio. Que bien te está pegando ese aire londinense, la puta que te parió.