miércoles, 26 de septiembre de 2007

142. Moldear en arcilla un mundo

(Desde Londres)

El British Museum es (como les gusta promocionar a estos gentlemen) gratis para el mundo desde que se fundó en 1753 pero dos cosas:

1) en esencia se trata bastante de un muestrario del saqueo global que han hecho -prolijamente, obvio-, y

2) para las exhibiciones especiales tenés que garpar.

Y entonces entrás un día como hoy y resulta que está en cartelera "El primer emperador. El ejército de terracota chino" y cuesta 12 libras. Casi 80 mangos. Fiiiiuuuuuuuuuuuu que gracias a las fuerzas celestiales el periodismo no paga.

-Imposible, lo siento mucho -me dice el boletero negro, un fax de Samuel L. Jackson con barba-. Las entradas se sacan con varios días de anticipación. Está todo vendido. Vuelva mañana, señor.

-Dale, por favor. Vine de la Argentina para ver esto y mañana me voy y por ahí no vuelvo nunca más.

-No hay nada que pueda hacer, señor. Lo siento.

-Si me sorprende la muerte te vas a sentir muy culpable.

-(Sonriendo un poquito:) Imposible, señor. Lo siento.

-¿Vas a mandar flores a mi entierro?


Algo fastidiado, me fui derechito a las salas que contienen las antiguas Roma y Grecia: desde que cursé Letras se convirtieron en infalibles boletos hacia la emoción, exquisitas puñaladas al alma sensible. En otras palabras, me hacen llorar como un pelotudo.

Entonces, al tiempo que pensaba Lo que han afanado estos tipos, mamita querida, se me caían las lágrimas frente a los restos del Partenón. Fue cuando salí corriendo.

Tenía que aprovechar los ojos rojos y la jeta de pobrecito para dar contundente lástima, y encima llegué agitado hasta la puerta de la exhibición imposible china. Me concentré en ubicar al guardia que tuviera más cara de haberse tuteado con la miseria y lo encaré.

-(Moqueando.) Perdón, pero tengo este problema...

-(El guardia, con cara de guardar detalles íntimos de la miseria.) ¿En qué puedo ayudarlo, señor?

-Mirá -le dije, mirando el piso-, tenés la posibilidad de cumplirle el sueño a un pobre argentino. Quiero pasar.

-Me temo que es imposible, señor. Está todo vendido.

-(Temblando, como a punto de sufrir un ataque de epilepsia.) ¡Oh, no...!

-¿Señor? ¿Está usted bien?

-No. Claramente no -dije, respirando con dificultad-. Si me desmayo, por favor no permitas que me parta la cabeza contra el piso.

-¿Puedo traerle un vaso de agua?

-Un vaso no será suficiente para ahogarme.

-(Con compasión, o simplemente con hartazgo.) Muy bien. No debería hacer esto, pero pase, señor.

-No querría comprometerte, míster...

-Blackwell.

-Eso, Blackwell. -Y agregué en español-: Negro buenazo.

-Disfrute la visita, señor.

-Gracias. Y vos, tu pedazo de cielo.


Había leído un par de cosas sobre el ejército de terracota, pero más me fascinó tener una parte de semejante historia ahí y que me dijeran que no: entonces, quiero quiero quiero quiero.

Y quiero decir ahora que valió el capricho lastimoso.

El primer emperador nació como Ying Zheng en 259 antes de Cristo y a los 13 años se convirtió en el Rey de Qin (pronúnciese shin, o como se pueda). Ese era uno de los siete estados principales de China que se amasijaban por el poder total. Él, pendejo y todo, lideró la conquista de los demás y por supuesto la megalomanía lo poseyó: se declaró Primer Augusto y Divino Emperador.

A partir de entonces, el tipo se dedicó a gobernar con mano implacablemente dura/ordenada y a probar cualquier pócima para ser inmortal. Pero murió a los 49. Quizá previendo esa triste inexorabilidad (cuya conciencia resulta una monumental injusticia divina), ordenó la construcción de una réplica bajo tierra de su mundo, así podía seguir emperadoreando en la vida posterior.

El complejo se dificultó en el trabajo de unos 700.000 hombres durante más de tres décadas, e incluyó un palacio, una tumba y alrededor de 7.000 soldados de terracota en guardia, protegiendo al number one.

Y esto se descubrió recién en 1974, cuando un granjero de la zona estaba haciendo un pocito y se topó con la cabeza arcillosa de un general.

Ahora es uno de los sitios arqueológicos más importantes del planeta. Pero los chinos decidieron dejar en paz al emperador: su última morada permanece intacta e inaccesible.

Ironía o sinceridad (en cualquier caso brutal), el folleto del British Museum que te da dos párrafos sobre la historia del ejército de terracota se pregunta al final, sobre la tumba: ¿Quién sabe qué tesoros contendrá?

Esta vez, supongo, se les va a complicar: los chinos son como 1.400 millones y según los datos que maneja la CIA en su World Factbook, la mitad de la población está disponible para sumarse a las Fuerzas Armadas, que de terracota no tienen ni un pelo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Evidentemente tal manipulación valió la pena. Y, evidentemente, la actuación es uno de tus fuertes.

AEZ dijo...

Anónimo: no me verduguee, hombre, tampoco fue para tanto. Aunque en su mente parezca evidente.