lunes, 22 de octubre de 2007

166. Chow fan, papafritas y Sunday lunch

(Desde Oxford)

Viernes

12.30. My friend Yao hizo lo posible para que nos olvidáramos de los Twentyyyyyyyy fiiiiive de la cena formal y me invitó a almorzar: se mandó un chow fan à la Wang (su familia). Ingredientes: huevos, zanahoria -omnipresente, Carrot-, trozos de pato, arvejas, champiñones, puerro, acelga y, cómo no, arroz. Y peló un tinto italiano.

Una delicia.

Y la charla, otra: hasta donde alcancé a entenderle, My friend Yao me explicó cómo funciona el poder en China, me describió a los emperadores e incluso me dibujó en una servilleta verde el mapa de su increíble país. Ahora sé, por ejemplo, que bei es el norte (así, Beijing sería capital del norte), nan es el sur, xi es el oeste y dong es el este. Y Beinanxidong suena bien: sería un excelente nombre para una banda asiática de rock.

A cambio le enseñé algunas frases en español. Entre ellas, "ruedan las ruedas del ferrocarril", jejejejeje. La que más le gustó fue "Gracias, mi amigo".

14:30. Reunión con John Lloyd, el director de Periodismo del Instituto Reuters.

John es periodista y entendió perfectamente qué es lo que quiero hacer en Oxford. Y no, no es nada. Pretendo llevarme algo práctico, un how to, una guía para contar historias en Internet. No me interesa enterrar mi nariz en un proyecto académico-chanta-sale-con-fritas.

John, piola, me tiró unos nombres de posibles supervisores. Todos periodistas. Y ningún residente en Oxford, donde sí hay multitud de especialistas en la red como fenómeno y de aparentes sabelotodos de los (inviables) países latinoamericanos.

17:00. Seminario de John Lloyd en el Nuffield College. Tema: "¿El fin del periodismo serio?".

"La vida -dijo John- es demasiado corta para un periodismo corto."

Es uno de los creyentes en la supervivencia de los diarios: cree que (otra vez) algunos sabrán adaptarse. "En los países democráticos el problema es la audiencia, el mercado: el desafío es convencerlos de que vale la pena, de que es necesaria, una buena narrativa periodística."

Una clave: transferir a Internet el sentido de la importancia que tienen los diarios en una sociedad. Otras: 1) el periodismo como servicio público y 2) más profundidad, análisis, contexto, opinión y menos noticias de último momento que ya no lo son.


Después de la charla casi todos los fellows fuimos a The Living Room, un bar-restó demasiado careta ubicado cerca del Nuffield.

Me desquité un poco más contundentemente de la cena formal: Joyce me convidó exquisito pato y al vino le sobraba decencia.

A las ocho me coloqué, solo, ahora cerveza en mano, híperconcentrado, frente a la pantalla de plasma para ver a Los Pumas. Era el único argentino en diez kilómetros a la redonda. Por varias razones -incluyendo la victoria contra Francia, y la cerveza y el vino- terminé siendo el tipo más contento en diez kilómetros a la redonda, abrazado a un irlandés (Mark), un italiano (Gino), un albanés (ni a trompadas me acuerdo el nombre) y un yanqui (Chad) que se habían enternecido al ver mi histriónico aguante solitario o simplemente se caían de borrachos.


Sábado

Todavía soportaba un encuentro de peñas folklóricas taladrándome la cabeza cuando me levanté y vi el correo de mi compañero John Kelly, columnista del Washington Post, divertidísimo, un tipo que mantiene su blog sobre Oxford, a donde vino para saber más de periodismo ciudadano y se trajo a Su Adorable Esposa (así la llama), a sus dos hijas adolescentes y al perro.

John tenía ganas de juntarse en el instituto a ver la final Inglaterra-Sudáfrica, con cerveza y bolsas de papafritas -te comería toda, French Fries.

Como debe ser, me fui hasta el súper y pegué una botella de vino argentino (Las Fincas -por supuesto Cabernet-, a 3,99 libras: un afano pero no tanto). Cuando llegué, cinco minutos antes de que empezara el partido, solamente estaban John, Su Adorable Esposa y su hija Beatrice. Todos alentando a Inglaterra ("¡Pero ellos los colonizaron!", objeté, y Su Adorable Esposa respondió: "Fue hace mucho. No somos rencorosos"), menos yo, que reí último, mejor y muchísimo con la imagen de los británicos colgándose la medallita loser del segundo puesto.

Pallavi, la india que vive en China, llegó al final con su marido Julio, diplomático español, y se quedaron echados en un sillón mirando una peli de Kevin Bacon (?) mientras otros arrancábamos al pub The Rose and Crown, que desborda onda en la avenida North Parade.


Era bastante tarde, pero teníamos la esperanza de que nos sirvieran aunque sea una cerveza (acá los bares venden alcohol hasta que suena la campana de las 11, y cierran media hora después).

Y acabamos disfrutando del lock-in: un grupo de amigos de la casa que se queda dentro y sigue escabiando hasta que no da más. Francisco, un barman boliviano, y yo, lijamos los pisos tratando de bailar unos temas de salsa sacudidos por un inglés macanudo que además los cantaba todos pero sin tener la más mínima idea de qué significaban las letras. Creo que terminé convenciendo al dueño, un fenómeno llamado Andrew, de que pusiéramos una sucursal del Rose and Crown en Bahía Blanca. Salimos arrastrándonos a las 4 de la mañana.


Domingo

La señorita K finalmente accedió a cocinar el famoso y tradicional Sunday lunch inglés: en sus palabras, "un almuerzo TAN pesado que sólo puede comerse los domingos".

Ella lo hizo a base de pollo, aunque también puede ser con carne vacuna, cordero o chancho. El resto: papas, cebolla, repollo (puaj N° 1), zanahoria -de nuevo, ¿viste?-, choclo dulce (puaj N° 2) y un trozo de lo que llaman stuffing y es un relleno que luce extremadamente asqueroso pero no es puaj N° 3 porque es rico, tipo chorizo. Y todo condimentado con gravy, una salsa de esas de cubitos.

El Sunday lunch tarda como cinco horas en cocinarse, así que morfamos tipo 4 y media de la tarde. En el medio pude llamar a mi vieja y a La Tipa para desearles feliz día y decirles que el nene está bien. Lo que me partió el corazón oír que estaban a punto de devorarse un asado no tiene razón de ser.

Pero bueno, yo le entré a un almuerzo dominguero local pensando que aquel asunto de la pesadez era una exageración británica. Ahora me queda claro que esta gente no exagera. Y Tammy, la cardiocirujana experta en Favaloro, me aseguró que no me iba a morir por más que estuviera sintiendo la inminencia de un ataque.

Entonces tomé coraje y volví a la habitación a echarme. Y gracias, River, por facilitarme una buena digestión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fenomenal bar. Gran costumbre la del lock-in (nota mental para cuando vaya: encerrarse en un bar, encerrarse en un bar, encerrarse en un bar, repite ad infinitum).

Paquinho

AEZ dijo...

Si te encerrás en un bar sin invitación, por decisión propia y a la fuerza, es probable que llamen a la policía y te hagan otra clase de lock-iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin. Pero... ¡quizá te guste, Spider-pac!

Abrazo.