165. The formal dinner II
(Desde Oxford)
Continuación de The formal dinner I
A mí no me gusta el vino blanco. Le pregunté al mozo por un tinto, pero me dijo que sólo en la comida. Entonces salió un juguito. My friend Yao se me rió.
Un tipo con toga (presentó a la mina que estaba con él como "Mi compañera", así que...) nos empezó a hablar. Porque sí: según parece, la norma es ponerse a charlar con cualquiera.
Un plomazo, el hombre, un canoso a punto de abandonar sus 50, con la cara chupada y culos de botella en los ojos, camisa amarilla y corbata verdosa. Te tiraba preguntas sin aparente sentido y se mostraba desmedida, afectadamente interesado en tu respuesta. Sentí que ya le parecía suficiente con tener enfrente a un chino y a un argentino, dos personas exóticas que de hecho pudieran expresarse en inglés.
A mí, por ejemplo, a los 15 minutos me hizo la consulta obvia sobre el tango, mientras se etiquetaba como un conocedor entusiasta:
-Entonces -le dije- supongo que te gustará la voz de Ariel Ortega, El Burrito.
-Es uno de mis preferidos -dijo, sin dudar un segundo.
-¡Me imagino! La pasión con la que canta el tema Me cabalgué un bostero es admirable.
-Absolutamente.
-Pelotudo.
-¿Qué?
-No, que también Pelotudo es una gran canción.
-Ah, esa no me suena.
-Qué raro. Cuesta creer.
A las 8 o'clock apareció el warden, hizo sonar una campana y subimos al salón.
Las mesas estaban dispuestas en U. La luz tenue de los candelabros iluminaba los utensilios con el escudo del Green College.
A My friend Yao y a mí nos asignaron una punta. Todos los comensales se pararon detrás de su silla, como esperando algo.
Y justo enfrente nuestro se ubicaron el pelotudo de toga y su toga-compañera, que ni siquiera estaba buena. Me cago en la suerte. Le pedí discretamente a My friend Yao que me dejara de decir lucky, que ya ni daba. Su respuesta: Twentyyyyyy fiiiiive!
El warden dio un mensaje en latín (presumiblemente una oración de gracias, porque el pelotudo de toga al final tiró un Amén) y la gente se sentó. Al toque, el primer plato: una sopa de queso azul oxoniense y cebolla. Bueno. Pero seguía sin aparecer el tinto. Malo.
No sé qué pavada dijo el pelotudo de toga, pero le respondí que me disculpara, que para mí ese era un día de introspección y que mi religión recomendaba disfrutar de los alimentos en silencio, pensando en ellos, en la esencia de los alimentos como parte de la naturaleza en comunión con el organismo humano. My friend Yao me miró con cara de ¿Qué fumaste? pero el pelotudo de toga compró y eso era lo importante: sacármelo de encima.
Segundo plato: un pedazo de pescado (bacalao, creo) con una salsa muy maricona, de esas que ni te convocan a que mojes el pancito. Pobre My friend Yao, ahora se bancaba solo al pelotudo de toga, que de repente tenía una teoría sobre la apertura de la China al capitalismo. ¿Y el tinto? "No con pescado, señor. Ahora viene, con la carne", me dijo el mozo. Andá al carajo.
Tercer plato: cordero envuelto en panceta, con papas casi en puré y zanahoria. No te digo que el cordero todavía balaba, pero ¿cuál es el sentido de cortar la carne y que salte la sangre? En fin. Lo interesante fue que apareció el tinto. "Podés dejar la botella. Gracias", le dije al mozo que me sirvió media copa. "Eso no se hace, señor", contestó, y se fue. Andá al recarajo. Pensé: "Ahora lo cago: va a tener que servirme 78 veces". A los dos minutos lo llamé, vino, sirvió otra miserable media copa, volvió a irse. Pasó lo mismo un ratito después. A la cuarta, el mozo se acercó con las manos vacías. "Ya no hay más, señor, lo lamento." Ah, pero andá al recontracarajo.
Hubo postre (un tiramisú) y el warden dio por concluido el morfi, de nuevo en latín. Después, durante el café, me enrostró su sudafricanismo y me las tomé muy caliente al bar del college con My friend Yao, aunque sea por una revancha cervecera.
Que fue corta: estaba sólo el barman, un norteamericano que vino a hacer un posgrado en Ciencias Políticas al que desafié a jugar al metegol. "Sí, claro", dijo, se sacó el pulóver y elongó ambos brazos (?). Yo me hice sonar los dedos.
Dejé que convirtiera el primer gol, para ver qué onda. Y el chabón tuvo la imprudencia de gritármelo en la cara. Acto seguido, le pegué la paliza de su vida: 15 en fila, le encajé. Se ofendió un poco, porque yo ni siquiera decía Gol, nada, ni lo miraba, simplemente cumplía con la burocracia de hacerle uno tras otro y correr las bolitas del marcador. Al 15° gol por fin levanté la vista y le dije:
-Perdón. Debe ser mi día de suerte.
-Yes!!! My lucky Abel!!! -dijo My friend Yao, y se cagó de risa.
-Sí, claro -dijo el yanqui. Tenía la cara convenientemente rojo-furia.
Estuve mal, lo sé. Pero necesitaba desquitarme. Porque, en serio, ¿qué clase de cena es una que cuesta 150 mangos y no podés escabiar ni una botella de vino?
Una cena de mierda, claramente. The formal dinner.
5 comentarios:
otra genialidad. cheers,
EOA
Hahahahahahahhahahah!
Cómo es que en una cena de 25 libras había un metegol? Siempre el mismo insolente divertido...
EOA: gracias... ¿señor/ito o señora/ita?
Rob: mucha risa hace mal.
M: hay que rebuscársela. Y cuando la reencontrás, surge la magia.
Argh! alto garron esa cena!
Lo que no entiendo es por que te tomaste solo una cerveza; no te estaras volviendo abstemio, no?
Abrazo!
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