62. Una pinturita, la función pública
El sábado a la noche me crucé por ahí con Guillermo David, el efímero director del Instituto Cultural bahiense a quien obligaron a renunciar por el escándalo (especialmente mediático) que se produjo en torno al patrimonio pictórico municipal luego del incendio en el despacho del intendente, donde se perdió un óleo de Benito Quinquela Martín, y de la denuncia por la desaparición de 30 obras de arte del depósito del Museo de Bellas Artes.
David, que estuvo menos de dos meses en el cargo, me dijo que le pasó lo que le pasó porque no es político. También defendió su gestión. Tiró que había tocado intereses pesados. Y pese a lo que sugieren las pericias, insistió en que el cuadro Proa al sol de Quinquela se quemó en el atentado.
No lo sé; no es un tema que haya seguido en profundidad. Pero ojalá se sepa, algún día.
Lo que sí sé es que se tuvo que ir de la función pública comunal un tipo raro: un tipo que tenía una idea de cultura.
(El reemplazante es Federico Weyland, el ex secretario privado del intendente Cristian Breitenstein. Según su currículum, es licenciado en Filosofía y sabe una bocha de alemán. Así que Viel Glück, o algo así.)
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