lunes, 30 de julio de 2007

99. Bergman (o el alma) en la punta de la nariz



Eh, tampoco es que al ver lo que vivían Marianne y Johan en su matrimonio dije no me caso más. Sí me sacudió la cabeza esa manera de contar una historia. ¿La cabeza, dije? En un momento paré la peli para lavarme la cara: sentía que el alma se me había manifestado implacablemente en la punta de la nariz. Después estornudé.

Bastante más tarde, en 2002, cuando (deprimido, solo frente a la pantalla y escuchando The Doors) estaba escribiendo la tesis de maestría sobre los periodistas que desembarcaron en Malvinas el 2 de abril de 1982, en un momento estornudé y me paré y me lavé el alma. Espejito, espejito: ¿cómo reaccionaría Johan frente a uno de los problemas que tenía yo con mi Marianne de entonces? Hice lo que pude. Perdón, bebé, pero no daba más. De nuevo frente a la pantalla, le puse al comienzo del relato el subtítulo Escenas de la vida conyugal. Ahora tengo 32 y sigo soltero y sin apuro.

Gracias por todo, Ingmar Bergman.

2 comentarios:

Gasper dijo...

Siempre hay una Marianne en alguna esquina de nuestras vidas que nos hace volar y aterrizar (casi) al mismo tiempo.

Una valiosa pérdida la de Bergman, aunque por suerte hay maneras de seguir encontrándolo.

Abrazo del alma

AEZ dijo...

Sí, Gasper, con suerte (o algo así) aparece alguna Marianne. Me faltó agregar, después del agradecimiento total a Bergman, "y perdón por tan poco".